Atotonga, Veracruz |
«Prueben, y vean que el Señor es bueno». Salmo 34: 8
Me encontraba en el cuarto mes de mi labor como aspirante al ministerio pastoral. Era un joven recién egresado de la Facultad de Teología y tenía todo el entusiasmo del mundo por predicar a Cristo.
Parte esencial de mi labor era dirigir dos o tres campañas evangelísticas al año. Para ese tiempo, el lugar designado era Masma, donde había una pequeña Iglesia Adventista localizada a unos tres mil metros sobre el nivel del mar. Dios nos bendijo y varias personas se bautizaron. Con la gratitud y alegría que el caso demanda, dedicamos el día siguiente, que era domingo, a realizar varias actividades sociales para integrar a los nuevos conversos a la iglesia.
A media tarde de ese día tenía que dirigirme hacia otro pueblo, también ubicado en los Andes, al que solo podía llegar caminando. Después de informarme cómo llegar y qué camino tomar, emprendí el viaje. Mientras avanzaba enfrenté tres enemigos: el camino que se hacía borroso avisándome que estaba muy lejos de algún centro poblado; la altura, pues me hallaba a unos 4,500 metros sobre el nivel del mar y el frío que llegaría al hacerse de noche.
Nunca me había sentido tan indefenso como en aquel momento. En mi desesperación grité a viva voz pidiendo auxilio. Después de un momento, alguien me contestó a la distancia: «Baje como pueda hacia el río y encontrará el camino». Efectivamente, bajé como pude hasta que llegué al río.
A tientas escogí una piedra para sentarme y descansar un poco. Aunque no encontraba ningún camino, al menos el clima era mejor allí. Mientras me encontraba allí, solo, cansado y con hambre, oí una voz que me decía: «¿Qué necesidad tienes de estar así? Deja lo que haces y retoma lo que hacías antes». Pronto me di cuenta del origen de ese mensaje. Me levanté y tomé la decisión de continuar con mi misión. Encontré el camino hacia mi destino y una vez allí prediqué casi a media noche a un grupo de adolescentes.
Casi veinte años después de este incidente, en la iglesia de la universidad donde trabajo, un hombre me dijo: «Gracias al sermón que nos predicó aquella noche hoy soy adventista». ¿Crees que hay algo que puede causar mayor alegría y satisfacción?
El salmista tenía razón cuando dijo: «Prueben, y vean que el Señor es bueno» (Salmo 34: 8).
Joel Peña, Perú
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