lunes, 14 de agosto de 2017

Lección 8 | Lunes 14 de agosto 2017 | Príncipes y Princesas | Escuela Sabática Jóvenes

LUNES 14 AGOSTO
PRÍNCIPES Y PRINCESAS
Logos | Gál. 3:25-29

Nuestra condición en Cristo (Job 29:14; Rom. 6:1-11; 8:17; Gál. 3:25-29; 1 Ped. 3:21)

“Y, si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa” (Gál. 3:29). 


Solo podemos “pertenecer a Cristo” si le entregamos nuestra vida y nacemos de nuevo. El bautismo no es la eliminación de la suciedad de la carne, sino la respuesta de una buena conciencia hacia Dios (1 Ped. 3:21). En los servicios bautismales podemos escuchar que el pastor o al anciano mencionan que los catecúmenos entran en la “tumba líquida”: y eso es exactamente lo que es, porque allí es donde nacemos de nuevo. Dejamos atrás lo que éramos y salimos siendo nuevas criaturas en Cristo, porque él quiere que seamos su pueblo. No pertenecemos a Satanás. Al bautizarnos, hemos elegido de qué lado estamos.

No obstante, esto no termina allí. Sí, somos nuevos; sí, el cielo se regocija: pero Satanás está enojado, y nos quiere tener nuevamente de su lado. Por esto, lo intenta todo para lograrlo. Pero no te preocupes, porque podemos recibir muchísimo más si permanecemos en Cristo, donde debemos estar. Sus promesas son seguras: “Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14); “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes—afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jer. 29:11); “Así que no se preocupen diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿Qué beberemos?’ o ‘¿Con qué nos vestiremos?'” (Mat. 6:31). El versículo 33 sigue diciendo: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”. ¿Qué más podríamos esperar o desear, cuando tenemos estas promesas?

Dios envió a su Hijo (Juan 1:14; Gál. 4:4, 5; Rom. 8:3,4; 2 Cor. 5:21; Fil. 2:5-8; Heb. 2:14- 18:4:14,15)

¿Por qué vino Jesús a la Tierra? Nuestra respuesta normal es: “Para buscar y a salvar lo que se había perdido”. Pero ¿por qué tuvo que suceder esto? Volvamos al comienzo. Luego de que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, Dios hizo público su plan de salvación. “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” (Gén. 3:15). Este versículo predice que Jesús vendría “para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gál. 4:5).

Cuando Jesús estuvo en la Tierra, nos demostró que aunque el mundo está lleno de pecado, es posible vivir una vida sin pecado. Él puede empatizar con nuestra debilidad, porque fue tentado en su momento de mayor debilidad, y no pecó (Heb. 4:14,15). También nos mostró cómo debemos vivir. Él sabía que era el Hijo del Altísimo, pero igualmente vino como un bebé, vivió una vida humilde, sin “aires de grandeza”. ¿Por qué nos es tan difícil hacer lo mismo? Para llegar al cielo, tenemos que vivir de la manera en que Jesús vivió y tener la misma actitud (Fil. 2:5-8).

Cuando Jesús dijo “consumado es” y el velo del Templo se rasgó de arriba abajo, quiso decir que se había cumplido su sacrificio y que las leyes ceremoniales habían terminado. No necesitamos realizar sacrificios: ¡Jesús fue el Sacrificio supremo! No necesitamos un sumo sacerdote mortal; ¡Jesús es nuestro Sumo Sacerdote! Él está allí ahora mismo, intercediendo por nosotros. Ahora tenemos acceso directo a nuestro Padre celestial.

¿Por qué volver a la esclavitud? (Mar. 2:27, 28; Luc. 13:10-16; Gál. 4:8-20)

El sábado fue creado para nosotros; no fuimos creados para el sábado (Mar. 2:27,28). Dios quería que tuviésemos ese día para descansar. ¿Te imaginas trabajando ocho horas por día, los siete días de la semana? ¡Estaríamos agotados física y emocionalmente! Dios tenía un plan. Él no necesitaba descansar el séptimo día, pero lo hizo. ¿Por qué? Quería mostrarnos el propósito del sábado y cómo guardarlo.

Hay quienes dicen que el sábado no estuvo en la Creación. Pero pensemos en esto: nuestros padres nos enseñaron a hablar, a sostener la mamadera, a usar la cuchara… Observando, aprendimos a gatear, caminar y correr. De la misma manera, aunque los Mandamientos no estaban en la Creación, el sábado se guardó desde el comienzo, como nuestros padres en el Edén habían aprendido de su Creador. Fue transmitido de generación en generación hasta la época de Moisés. Sin embargo, cuando Moisés guió a los israelitas al salir de Egipto, Dios vio que no estaban viviendo la vida que él había previsto para ellos y escribió los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí. Dios quiere que lo adoremos, y no que seamos esclavos de este mundo y lo que este nos ofrece.


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