martes, 20 de marzo de 2018

Miremos al cielo


«Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo». Filipenses 3: 20

UN HOMBRE CAMINABA POR EL BOSQUE y encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en un gallinero. Estando allí, el aguilucho aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como ellos. Un día, un zoólogo que pasaba por allí le preguntó al propietario por qué tenía un águila encerrada en el corral con los pollos.

—Como le he dado la misma comida y lo he enseñado a ser pollo, nunca ha aprendido a volar —respondió el propietario—. Se comporta como los pollos, así que ya no es un águila.

—Sin embargo —insistió el zoólogo—, tiene instinto de águila, y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar.

Después de discutir un poco, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El zoólogo lo tomó en sus brazos suavemente, y dijo:

—Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela.
El águila, sin embargo, estaba confundida. No sabía qué era volar, y al ver que los pollos comían, saltó y se reunió con ellos de nuevo.
Sin desanimarse, al día siguiente el zoólogo llevó al águila al tejado de la casa y la animó, diciéndole:

—Eres un águila. Abre las alas y vuela.

Pero el águila saltó una vez más en busca de la comida de los pollos. El zoólogo se levantó temprano al tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. La elevó directamente hacia el sol. El águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y, finalmente, con un chillido triunfante, voló, alejándose en el cielo.

Este relato refleja muy bien la condición de la humanidad. El pecado ha desdibujado la imagen de Dios en el ser humano. Nos hemos acostumbrado a vivir como esclavos en este mundo miserable, sin darnos cuenta de que tenemos a nuestro alcance otra clase de existencia. No fuimos creados para convivir con el dolor y el sufrimiento. No fuimos creados para vivir alejados de Dios. Cuando nos entregamos a Cristo, Dios perdona nuestros pecados y nos renueva espiritualmente. Por el poder de su Espíritu Santo, somos capacitados para vivir de acuerdo con nuestra verdadera naturaleza; aun cuando a veces anhelemos nuestra antigua vida.

Pronto, Cristo vendrá por nosotros. Pongamos los ojos en Jesús y en los asuntos del cielo, no en los de la tierra, y viviremos con él para siempre.

FUENTES DE VIDA
David Javier Pérez
Lecturas devocionales para Adultos 2018

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